martes, 5 de febrero de 2013

Para Carmen Bruna



En tus ochenta años de gracia congénita
sobrevolando los campos de holandas
por encima de las cúspides de los aromos
te conocí leyendo al intentar calcular la hora en una clepsidra
hallada a un costado de los ríos de chocolate
con que se embadurnan los rostros las hadas,
inconscientes de no poder ser ya más bellas,
asexuadas como lo son todas las hijas de Lilith
y sin embargo con la leche más fresca que brotara de pecho alguno
cada vez que André Bretón se sumergiera en sus jardines de delicias.
Sos una maga
pero no quisiste ser mi tía,
yo, que soy todo un Peter Parker,
tejiendo telarañas en el anonimato,
tocando batería con ocho brazos
en la banda de ese otro homónimo mío.
Perdido
en el enjambre de tus amores y de tus lenguajes,
nadie tenía por qué saber lo que ocurría entre bastidores;
un sentido ulterior, amiga, permíteme así llamarte,
un alhajero de nácar
donde apenas cabe la palabra
poetisa.

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