martes, 5 de febrero de 2013

Y todos tus caballos



Y todos tus caballos
atados sistemáticamente a la rueda,
a la noria de una devoción incandescente,
el yugo,
la fragua;
los demonios bailando al son de un rock industrial;
iluminados por el invierno nuclear.
Un mono fumando una pipa de agua
es la divisa de esta religión.
Contemplo el panorama encogiéndome de hombros,
¿Qué más podría hacer?,
mi metrónomo electrónico está recargado;
ya no distingo
la máquina,
el reloj,
el lavarropas,
el violín,
el televisor:
extraño un mundo sin electricidad;
extraño la hipocresía de la era victoriana;
extraño a Lady Di.
Caminar sobre el asfalto caliente,
nunca la ciudad estuvo tan caliente,
nunca tuve a un baterista del infierno
entre ojo y ojo.
Arráncate un ojo si éste te es motivo de vergüenza.
Los monoblocks,
los chicos de la calle de atrás;
los caballos no existen.
Son todas esas máquinas, esa religión,
sin la que podamos decir
el mundo está acabado.
No más guerras, no más hambre, no más saqueos.
La ciudad arde en llamas
y una alcoholera abandonada es nuestro hogar.
¿Fue nuestro sueño, nuestra peor pesadilla?
Hubo un reservorio de perros
cuando los perros existían;
yo solo fumo y espero.

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