martes, 5 de febrero de 2013

El vampiro Polidori



Roma,
anagrama de amor.
Roma,
ciudad del vampiro Polidori,
que obseso cruza la urbe,
con la urgencia de escribir
un poema de sangre.
Batir de alas de vampiro,
la ilusión de latir
de un corazón muerto
(no oye los sordos pasos
del Inquisidor que le persigue).
No sabemos qué hace María,
la dulce vendedora de flores de colores,
en medio de la noche y en medio de la calle,
pero la verdad es que ahí está,
al otro lado del pequeño puente
y bajo la luz mortecina de una farola.
El vampiro se acerca ávido,
y la inocente le obsequia
con una sonrisa una flor.
El Inquisidor se entusiasma
con la eventual epopeya
que promete surgir
de lo que primeramente fue
un tímido acto. Un acto de justicia.
O un acto de ajusticiamiento.
En el nombre de Dios.
La estaca ya aparece
de entre los pliegues de su capa.
Los ojos rojos, la sonrisa, los colmillos.
La bruma verde. El lobo blanco.
La gota de ajenjo. El espejo sin reflejo.
Dos ataúdes uno al lado de otro, vacíos aún,
en el sótano del manoir olvidado.
El cuerpo del Inquisidor yace abandonado
bajo la farola de una calle perdida,
en Roma,
ciudad del amor y los no-muertos.

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