En el país del devenir incontrolable
(por un verso de Carmen
Bruna)
Renuncio a una libertad donde no existas
porque en el musgo entre las piedras del muro
se despierta un valle enmarcado de colinas.
Renuncio a la gloria de las rotativas
que a la última hora nos gritan su verdad
y renuncio a la mañana dorada
que entibia a los hipódromos.
Los toros insolentes son los que abandonan airosos la arena,
seguidos por una cohorte de cangrejos y escorpiones,
aunque después maten y faenen a los primeros,
nada más que porque debían responder a sus naturalezas.
Renuncio al oropel que significa
llorarte yaciente en un féretro de cristal, y de lunas engarzadas,
sobre la mesa de trabajo de un laboratorio de alquimista
que me promete renovarte como a los vientos de marzo
nada más que porque estamos "condenados al éxito",
que es como decir, condenados al fracaso.
No necesito sus medallas, sus patrias, ni sus miedos.
Que sea poeta un chico de cabello ensortijado,
de faldones hasta las rodillas y botas de media caña;
yo deambularé por los pantanos de una selva tropical,
cortando la niebla con mi aliento,
seguido de una orquesta de mosquitos violinistas.
Y cruzaré montañas y desiertos,
y negociaré con los árboles todos los secuestros subversivos
con la parsimonia con que el científico
maltrata el microscopio;
andaré como un Che Guevara sin fusil a tu encuentro.
Nunca tuve un arma,
nunca tuve un bastón
pues debí disimular
esta oscura pasión
de ser siempre yo.
A veces extraño el olor de la pólvora mojada
como me quito la sangre seca del cabello
y entonces te enseño a distinguir hongos ponzoñosos de comestibles,
y de los duendes engañosos que viven bajo todos ellos.
Los pequeños rufianes que prostituyen a las hadas.
Renuncio a una libertad donde no existas
porque en el musgo entre las piedras del muro
se despierta un valle enmarcado de colinas.
Renuncio a la gloria de las rotativas
que a la última hora nos gritan su verdad
y renuncio a la mañana dorada
que entibia a los hipódromos.
Los toros insolentes son los que abandonan airosos la arena,
seguidos por una cohorte de cangrejos y escorpiones,
aunque después maten y faenen a los primeros,
nada más que porque debían responder a sus naturalezas.
Renuncio al oropel que significa
llorarte yaciente en un féretro de cristal, y de lunas engarzadas,
sobre la mesa de trabajo de un laboratorio de alquimista
que me promete renovarte como a los vientos de marzo
nada más que porque estamos "condenados al éxito",
que es como decir, condenados al fracaso.
No necesito sus medallas, sus patrias, ni sus miedos.
Que sea poeta un chico de cabello ensortijado,
de faldones hasta las rodillas y botas de media caña;
yo deambularé por los pantanos de una selva tropical,
cortando la niebla con mi aliento,
seguido de una orquesta de mosquitos violinistas.
Y cruzaré montañas y desiertos,
y negociaré con los árboles todos los secuestros subversivos
con la parsimonia con que el científico
maltrata el microscopio;
andaré como un Che Guevara sin fusil a tu encuentro.
Nunca tuve un arma,
nunca tuve un bastón
pues debí disimular
esta oscura pasión
de ser siempre yo.
A veces extraño el olor de la pólvora mojada
como me quito la sangre seca del cabello
y entonces te enseño a distinguir hongos ponzoñosos de comestibles,
y de los duendes engañosos que viven bajo todos ellos.
Los pequeños rufianes que prostituyen a las hadas.
Etiquetas: Surrealistas o simbólicos
0 comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]
<< Inicio